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En primer lugar, obviamente quiero hacer mías las reflexiones que han hecho todas las defensas, especialmente las de mi abogado, el Sr. Andreu Van den Eynde, así como las palabras que acabamos de escuchar de mi compañero, colega y amigo, Oriol Junqueras.

Reitero, desde esta oportunidad que se me da nuevamente, las expectativas que tenemos tras un juicio largo, incluso en ocasiones tedioso, de que el tribunal pueda examinar aquellos hechos que se han expuesto sin atender a exageraciones y a tergiversaciones que se han producido, debo decirlo, por parte de las acusaciones. Y lo diré sin subterfugios, por parte de las acusaciones se ha buscado a lo largo de todo el juicio escarmentar, castigar una ideología. Y ello me preocupa personalmente, preocupa mucho en general en Cataluña, pero es que preocupa mucho más allá, por lo que hemos podido constatar en numerosas ocasiones. Tanto las hipótesis, como los planteamientos, como los interrogatorios se han fundamentado en un trasfondo ideológico, un sesgo en absoluto disimulado que se ha visto ratificado en unos informes finales en los cuales se utilizan unos adjetivos que pretenden dibujar una realidad que nunca ha existido. No por repetirla mil veces una mentira se convierte en verdad.

Y en concreto quiero referirme, por lo doloroso que es, al uso y al mal uso, a la instrumentalización del concepto de odio. Las acusaciones han querido construir un marco mental fundamentado en la existencia de un odio contra España, irracional, contra lo español, contra el Estado, pero es que desde mi punto de vista, tal y como hemos venido demostrando y argumentando, no solamente ello es falaz, es que además es irresponsable. Es falaz porque no han podido aportar ni una sola prueba, ni una, que demuestre tal odio por parte de los que estamos aquí sentados en el banquillo, ni una, cero. Pero es que además, si escucharan alguna vez, si tuvieran el detalle de empatizar con los dos millones de personas que llevan años manifestándose de forma cívica, pacífica, democrática, expresando su deseo legítimo de formar parte de una república catalana, si leyeran los miles de cartas que nos mandan continuamente y que leemos desde la soledad de nuestras celdas, comprobarían sin ningún margen de error, que no es el odio lo que mueve a todas estas personas, en absoluto.

Pero es que además es irresponsable, es irresponsable porque el odio nunca ha construído nada, nunca ha solucionado nada, sólo engendra más odio y sólo sirve para alimentar a quienes viven precisamente de dicho odio. Por ello reitero una vez más, lo han dicho las defensas y lo hemos dicho nosotros y lo hemos explicado de mil formas, aquello que mueve a miles de personas hoy y cada día más ―como seguramente saben por los sondeos y las encuestas―, es nada más y nada menos que la frustración, como por ejemplo la que se generó el año 2010 frente a una sentencia incomprensible, por parte del Tribunal Constitucional, en relación al Estatuto, de ver cómo el Estado sigue sin ofrecer a pesar de todos los esfuerzos, una respuesta política a lo que sin duda es un problema político. La indignación a esas respuestas represivas continuas y a ese “aporellismo” incomprensible e injustificable en cualquier estado de derecho. Y por ello lo que hay es una firme defensa sin ambages de los derechos fundamentales, derecho a la reunión, derecho a la expresión, derecho a disentir, derecho a protestar, y ello es lo que para mí debe apelar, también a todas esas personas que nos han visto estos días, estos meses, y que nos ven también hoy, a entender que esto es una causa que nos afecta a todas y todos aquellos que queremos construir un mundo mucho más respetuoso entre las diversidades.
Apelamos, apelo, insto a todos aquellos demócratas del estado español y más allá, a que podamos conjuntamente construir una realidad en la que no haya juicios políticos, en la que no haya presas y presos políticos. Porque hoy somos nosotros, pero mañana puede ser cualquiera, si avalamos esto, si aceptamos esto, mañana puede ser cualquiera.

Hicimos un referéndum, lo hicimos, porque justamente entendemos que en una situación de conflicto lo que hay que hacer es poner los medios para escuchar a todo el mundo, esta era mi convicción y lo sigue siendo. Y lo hicimos como lo hicimos porque no pudimos hacerlo de otra forma, porque a pesar de que el 80% de la población en Cataluña insiste en que esa debe ser la solución, no hemos podido encontrar los mecanismos para hacerlo de una forma acordada con los poderes del estado, repito el 80%, donde hay mucha gente que quiere votar que Sí y que votó que Sí, mucha gente que quiere votar que No y que votó que No, y mucha gente que no lo tiene claro, que depende.

Pero lo fundamental aquí sigue siendo algo que las acusaciones intentaron negar y que las defensas han expresado de forma, para mí, clarísima, que es que hacer un referèndum, incluso si éste es ilegal, código penal en mano, no es delito, no lo es, no lo es.
Por eso estamos donde estamos y esta es la realidad.

Respecto al derecho de autodeterminación expliqué cual era mi punto de vista el día de los interrogatorios iniciales, no voy a volver a ello, pero sí que voy a recordar algo que me parece central en el trayecto de estas comparecencias, siempre hemos defendido, siempre he defendido y siempre defenderé, que el ejercicio del derecho de autodeterminación se debe hacer sin violencia. No encontrarán nunca una afirmación mía en un sentido diferente a este. Y lo repito y lo repetiré tantas veces como haga falta, del mismo modo que insisto y apelo aquellas personas que legítimamente, con todo el derecho del mundo, optan, prefieren, defienden la opción de una España unida, que entiendan que con la fuerza, que con la represión no van a convencer a aquellos que, o bien ya se sienten expulsados de este estado por la razón que sea, o bien apuestan por vías cívicas, pacíficas y democráticas por una república catalana. No es la fuerza ni la represión lo que va a hacer que esas personas cambien de idea, esto no va a pasar. Sólo aquellas relaciones que se basan en el respeto mutuo, en el reconocimiento mutuo, son duraderas. Lo dije entonces y lo reitero, pero es que además son las únicas por las que merece la pena luchar, porque nunca, nunca, nunca una relación basada en la imposición, en el insulto, en la amenaza, en la represión, en el uso de la fuerza, nunca ha llegado a ningún sitio, al menos bueno. Esa relación tarde o temprano se resquebraja y se acaba rompiendo.
Por eso insisto que la solución, que existe, ante esta situación en la que nos encontramos se llama política, y más allá, democracia. Y es que nosotros somos políticos y políticas haciendo política, nada más, nada más. Tampoco nada menos. Quienes deberían haber comprendido esto no lo hicieron en su momento, por las razones que sean, y les traspasaron a ustedes, los jueces y la juez, la responsabilidad que les pertoca. Y ahora nos encontramos en un escenario en que ustedes tienen que decidir, es su función, es su papel. Lo único que pido es que seamos todas y todos conscientes de que en este banquillo no estamos sentados sólo doce personas, están sentadas más de dos millones de personas que se sienten a través de nuestras personas concernidas, concernidas con lo que nos ha llevado hasta aquí y también concernidas con lo que va a suceder en una eventual decisión por su parte, y que esperan que esa decisión sea valiente. Esas personas, repito, no van a cambiar su opinión o su forma de ver las cosas en función de lo que ocurra en el juicio.

Y por ello, y acabo, pase lo que pase seguiremos con la mano tendida, a todo el mundo, piense como piense, con el verbo sereno, incluso ante aquellos que nos insultan. Con la mirada global, intentando resolver, responder, dar respuesta a aquellos problemas, problemas globales desde nuestras convicciones republicanas. Creencias a favor de la justicia, la libertad, la igualdad, la fraternidad, para resolver aquellos problemas que nos afectan a todas y a todos, y seguiremos sobre todo, mirando a los ojos de nuestras hijas y de nuestros hijos con dignidad. Con la misma dignidad con la que miles, millones de personas en todo el mundo se baten diariamente por defender los derechos fundamentales, no los de unos cuantos, los de todo el mundo.
Por último concluyo con una reflexión que expresó también en su intervención final el abogado y amigo Andreu Van den Eyde, que hago mía y que quisiera que fuera el colofón de esta intervención que es que nos encontramos ante una oportunidad. Quiero ver, veo una oportunidad, una magnífica oportunidad que por el bien de todas y de todos deberíamos poder convertir en una respuesta que nos permita seguir avanzando obviamente desde la confianza, el respeto y el reconocimiento de las opiniones de cada uno.
Dicho esto, muchas gracias y no tengo nada más que añadir.

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